Por L.P. Myrna Ortíz, Perito en Psicología.
Resulta difícil comprender cómo un padre y una madre que se enfrentan en los tribunales, pueden encontrarse inmersos en una lucha tan intensa que colocan el propio conflicto muy por encima de las necesidades y derechos de las y los hijos o más aún, le ponen al servicio del conflicto como "objetos en disputa", dejando el interés y bienestar de sus propios hijos o hijas en segundo plano.
Es común que surja la idea de que en estos casos se trata de una acción unilateral en donde una de las partes es quien utiliza a los niños o niñas dentro del conflicto o que dichas acciones corresponden al enojo provocado por la separación o un evento que llevó a la disolución del vínculo de pareja, incluso se han puesto sobre la mesa supuestos síndromes de nombres variado y que sin embargo carecen de un sustento científico o validación real dentro del ámbito de la Psicología.
Rara vez, la utilización de las y los hijos en el conflicto parental se determina por un miembro en específico que decide dañar al otro, en vez de esto, se trata de acciones desesperadas para salvarse a sí mismos, se trata de una realidad en las que los progenitores arrastran conflictos históricamente no resueltos.
En estos casos generalmente se presentan rasgos comunes:
La preservación del conflicto como elemento central.
La primera distinción es simple: el conflicto entre estos adultos se instala como eje central de la realidad familiar y en función de éste comienzan a organizarse diversas dinámicas.
Cuando el divorcio se vuelve conflictivo, los miembros de la pareja son dominados por la imposibilidad tanto de estar juntos como de separarse, y aún estando separados físicamente no logran separarse internamente del otro u otra, entonces, los miembros de la pareja no logran restablecerse de la desilusión y la violencia en que se convirtió su relación y por lo tanto dedican su vida "a la causa" (el conflicto), que se prioriza por sobre cualquier otra cosa. Dedican gran cantidad de tiempo, esfuerzo y dinero a acumular pruebas de sus certezas contra el otro, el dolor, el ansia de revancha, el odio, son los denominadores comunes.
Competencias parentales fallidas.
La parentalidad adecuada implica la capacidad de los padres de ver y priorizar las necesidades y derechos de los niños, niñas o adolescentes, por sobre el conflicto entre los adultos, sintonizar con las necesidades de sus hijos e hijas y estar emocionalmente disponibles para ellos.
En las familias no conflictivas, los progenitores ocupan lugares que guardan una jerarquía superior respecto de los roles ocupados por las y los hijos: están a cargo, ponen las reglas y asignan responsabilidades acordes a su edad y capacidades. En la distribución de roles, la diferencia se mantiene aun cuando hay conflictos, los adultos resuelven los problemas y no permean hasta la realidad de las hijas e hijos.
Cuando las familias no logran resolver crisis y conflictos, las posiciones y roles se mezclan, hay límites poco claros entre padres e hijos, y los padres involucran a los hijos e hijas para resolver el conflicto, esto a razón de que la alianza y presencia del hijo alivia el sufrimiento, inseguridad y sensación de vulnerabilidad del progenitor, el adulto busca apoyo y alivio en el hijo o hija, y lo mantiene en un lugar inapropiado confiandole sus desilusiones conyugales, los hijos quedan, involuntarimente, colocados junto a uno de sus progenitores, en un rol jerárquico superior, que no les corresponde ocupar, y como parte de un bando en una lucha de poder que tampoco les compete, los hijos, siendo parte del conflicto, toman posturas en torno a quien tiene razón, quien sufre, a quién tienen que cuidar, ésta dinámica suplanta la parentalidad cuidadora en la que las y los hijos deberían ser protegidos, y la diferencia jerárquica entre generaciones, se mezcla y confunde, desestabilizandose la organización familiar.
El establecimiento de alianzas.
La pareja conflictiva necesita contar siempre con un tercero, quien será inevitablemente atraído al conflicto, porque la lucha de poder requiere bandos. Los miembros de la pareja necesitan "reforzarse" en la lucha, y es así que los y las hijas son empujados a entrar en el escenario de conflicto y ponerse de parte de uno de los progenitores. La alianzas con las hijas e hijos no se gestan en la intención consciente de dañar al otro; sino más bien por la necesidad de que tomen partido y se alíen para subsanar el temor o sentimiento de vulnerabilidad propio de los progenitores, las alianzas continuarán expandiéndose cada vez más, los primeros son los hijos, después, las familias de origen, y luego los profesionales en contacto con la familia, incluyendo contextos terapéuticos y judiciales. es decir, involucran a más y más gente dentro del conflicto.
Siendo adultos atrapados en perpetuar el conflicto e incapaces de mantener claridad en su rol de cuidado, cada progenitor centra la mirada en los hios e hijas, mostrandose hipersensible a las reacciones de éstos porque necesita corroborar su apoyo. El niño o niña es empujado a "tomar una decisión", sostenido en la necesidad de apego, efectivamente se aliará con uno de los progenitores. A veces, siente la necesidad de aliarse con en más débil para protegerlo; oras veces se alía con la figura mas fuerte con el afán de sobrevivir y mantenerse seguro. Puede oscilar entre uno u otro según quien le provea necesidades básicas, en diferentes momentos.
Los hijos e hijas atrapados en un lugar imposible: observan el conflicto y perciben que esos dos seres a los que aman y necesitan por igual, están enfrentados y alejados uno del otro. El hijo o hija necesitan a sus dos progenitores pero intuyen que si no toman partido por uno de ellos, serán rechazados por ambos y perderán toda seguridad.
Las coaliciones.
Con la conformación de bandas y también de ataques, el conflicto se congela en lugar de resolverse, y comienzan a empeorar las condiciones, especialmente para loa hijos e hijas, paulatinamente la presión y el periodo de alianzas se estabiliza y se convierte en el escenario de coaliciones: un progenitor y un hijo o hija se alían en contra del otro. Por ejemplo, si comienzan a aparecer problemas emocionales o de conducta en las y los hijos, no se entienden como indicadores de una necesidad del niño o niña que es necesario atender sino que al tener la mirada centrada en el conflicto, cobra mayor relevancia como posibilidad de culpar al otro por las consecuencias del propio conflicto en los hijos o hijas. Los adultos confirman que el niño o niña está siendo afectado por el conflicto y culpan al otro por ello, incapaces de reconocer su propio papel en el mismo. Ahora el hijo o hija tiene el mismo nivel que los adultos y es incorporado ahora al conflicto. Todos reaccionan con rabia, agresividad, rencor, etc.
Y como la dinámica familiar busca sostener el conflicto, los problemas emocionales o de conducta de las y los hijos no se perciben con una señal directamente ligada al conflicto de pareja, que debe parar, sino que por el contrario, la conducta del hijo o hija pasa a ser la prueba de la maldad de uno de los progenitores, que "le provocó" esto. En este escenario, el rol del hijo o hija es fundamental para sostener el conflicto.
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